Es hora de poner orden

Francisco Rojas

La credibilidad está por los suelos. Las instituciones, incluyendo las iglesias, han perdido el rumbo y la confianza de la población. Nadie cree en nada porque las contradicciones están a la orden del día; se dice una cosa y se hace otra, de ahí la necesidad de refrendar, casi cotidianamente, la lealtad de las Fuerzas Armadas al titular de Ejecutivo.
El cinismo se está apoderando de la vida nacional; curas y obispos pederastas que encabezan cruzadas contra el aborto y la eutanasia; políticos que brincan de un partido a otro como si se tratara de un trapecio de circo. El respeto a principios e ideologías se esfumó como por arte de magia; cada quien para su santo parece la divisa; adiós a valores y trincheras públicamente defendidas; lo importante es en cuál franquicia me refugio y quién me presta el membrete.
A esto sumamos la ausencia de coordinación que mete mucho ruido en la sociedad; ejemplos sobran. Tenemos el caso de la anciana de Zongolica supuestamente violada por soldados. No se ponen de acuerdo las autoridades de Veracruz y la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y provocan, incluso, declaraciones aparentemente precipitadas del Presidente.
El caso del sindicato minero es un verdadero escándalo. En el gobierno se produjo un verdadero cochinero para defenestrarlo. No hay transparencia en el ejercicio del gasto de los últimos años; la Auditoría Superior de la Federación ha documentado desvíos e inconsistencias por muchos miles de millones de pesos cuyas consecuencias no se conocen públicamente.
La actual administración debe corregir anomalías y recobrar la confianza de todos los sectores; no puede ser tapadera de los desaciertos y la rapacidad de su antecesora. El descrédito debilita a las instituciones y pone en riesgo la gobernabilidad del país.
La incongruencia caracteriza la vida el país. En la administración pública, en el Congreso de la Unión, en los gobiernos estatales, en los congresos locales y en los ayuntamientos se dice una cosa y se hace otra; le quitamos valor a la palabra y acabamos con el respeto a las convicciones y creencias; todo es relativo y podemos abjurar fácilmente de lo que ayer sosteníamos. El ejemplo que les ponemos a los jóvenes no es edificante; el absurdo pragmatismo en el que hemos caído no garantiza el compromiso con el país de las próximas generaciones.
El Presidente de la República necesita que su equipo lo apoye; le sobra voluntad política pero le falta un grupo de colaboradores dispuestos a jugarse el futuro político. El gabinete parece una miscelánea; hay de todo: priístas disfrazados de panistas y panistas disfrazados de calderonistas. El Presidente necesita el apoyo de su partido; tiene que sacudirse a la actual directiva de Acción Nacional. No olvidemos que el poder del Presidente de la República durante varias décadas se sustentó en el apoyo de un partido hegemónico que le permitió controlar el Congreso de la Unión y decidir las candidaturas a las gubernaturas de las entidades federativas. Nadie quiere regresar a esos tiempos, pero el Presidente no puede gobernar sin el apoyo de su partido. Hay que poner orden en el interior de Acción Nacional.
Vivimos en la confusión política que es capitalizada por la delincuencia y una pequeña capa de la población que se beneficia de la polarización económica que se ha entronizado en los últimos 12 años. La desigualdad recorre el país como un fantasma al que no se puede exorcizar; en ese entorno el Presidente necesita fortalecer las instituciones, conceptualizar la democracia no sólo en el ámbito electoral sino en la igualdad de oportunidades para todos los mexicanos. Se perdió la capilaridad social que permitió formar una clase media en permanente ascenso. Se derrumbó la calidad de la educación pública y el mercado laboral se restringió a una élite privilegiada.
Necesitamos ponernos de acuerdo en el país que queremos para el futuro. No podemos seguir jalando la cobija cada quien por su lado; sobre todo, tenemos que salir del mar de contradicciones en que hemos navegado en los últimos años. El señor que se fue al rancho San Cristóbal dejó a México en la ruina, véase si no el caso de Pemex. Al presidente Calderón no le entregaron una perita en dulce; por el contrario, le dejaron un país sumido en la desconfianza y la confusión. Es hora de poner orden, de combatir la impunidad y exhibir una mano no dura, pero sí firme.
Analista político

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