Atando cabos

Huellas de tristeza

Denise Maerker

“Te noto triste”, me dijo una amiga el lunes. Me conoce bien, así que rápido busqué si algún asunto personal no andaba bien y yo no le había puesto la atención debida. Pero no, no encontré nada por ahí que explicara su impresión. Ella, como siempre, tenía razón. Nos despedimos y lo sentí de inmediato, como un peso; no es un halo pasajero, es un sedimento de tristeza que se ha ido acumulando y que no obedece a nada personal, sino a la parte que me toca del ánimo colectivo. Sí, es cierto, estoy triste y viene de lejos. Las últimas semanas han sido difíciles: ver el terror de las familias en el estadio de futbol de Torreón, conocer de primera mano las condiciones de vulnerabilidad en las que están trabajando muchos amigos periodistas en Torreón, en Veracruz; el artero asesinato, la semana pasada, del periodista Humberto Millán en Culiacán; el incendio provocado en el Casino Royale, el dolor de tantas familias, la crueldad de los asesinos, el tufo de corrupción que todo lo envuelve. Imágenes y noticias que se van acumulando una tras otra, día con día, y que de botepronto se traducen en rabia, enojo o dolor, pero que todas juntas, al paso de los días, van dejando ese sedimento de tristeza que estoy segura no es sólo mío sino un lamentable patrimonio que nos pertenece ya a todos. No es fácil escapar ni siquiera para quienes han decidido deliberadamente no estar enterados, mucho menos para los que a diario seguimos en detalle los pormenores de esta macabra historia.
Ayer el presidente Calderón les dijo a los niños ganadores de las Becas Bicentenario que sabía que estaban preocupados y angustiados, pero les pidió que no se angustiaran ni se alarmaran por lo que escuchaban en sus casas y lo que veían en los noticieros porque el gobierno está haciendo lo que debe. ¿Y sí lo está haciendo? Porque si hubiera certeza a ese respecto supongo que los reveses serían más tolerables. Pero si hay una razón para el desasosiego es justamente porque no hay ninguna evidencia, en ninguna parte, de que el gobierno está haciendo lo que se necesita para que estemos más seguros. Todo lo contrario, sin negar el problema de inicio que enfrentó este gobierno, el asunto es que de diciembre de 2006 a la fecha no hay menos, sino más muertos, más violencia, más inseguridad y en más lugares.
Y no nos confundamos, no se trata aquí de criticar a un gobierno ni de abonar a favor de otro partido. Remitiéndonos a los hechos y partiendo del genuino deseo que todos tenemos de que esta espiral de violencia, inseguridad y miedo se detenga, ¿hay un indicador, cualquiera, que indique que esto está mejorando?, ¿que se ha hecho lo que se tenía que hacer para que los mexicanos vivamos en paz y con cierta seguridad? Honestamente no lo veo. He leído a todos los especialistas en el tema y ninguno sostiene que estemos mejor hoy que en diciembre de 2006, la única diferencia es que unos, los menos, creen que para mejorar esto tenía que empeorar y otros no.
No se trata de ser fatalista, ni derrotista y anticipo las criticas por el tono del texto, pero creo que a veces, más allá de análisis y opiniones, se impone revisar el ánimo y la parte del mío —que me conecta con esa comunidad que somos todos— y que está dolido.

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